We’re all dreamers; we don’t
knowwhowe are
Louise Glück
A mi padre, en su ceguera
Amanece septiembre en su extrañeza. Partimos en un tren de madrugada.
Hoy la vida es paisaje en nuestras manos. Las Pléyades anuncian las ciudades.
Suceden las traviesas y las páginas.
Yo te leo mientras el tren avanza: vamos hacia una orilla misteriosa. Desde lejos nos miran ciudadanos: reflejan su silencio en los cristales. Caronte siempre aguarda al otro lado.
Cierro los ojos. Huele a jara blanca. Suceden las traviesas y te canto:
con los ojos abiertos, tú me escuchas. El tren es una puerta: nos traslada
-limpia lluvia de nieve en nuestros ojos- al fuego breve del intenso día.
Te relato el paisaje que cruzamos, niño difunto en cada línea escrita.
Leo a Homero a tu lado, ese poema
en que el mundo combate en una playa. Somos islas que bullen en bandadas.
Se aproxima el otoño. Desde Éfeso
-con su ciprés, su ciervo-, Artemisa nos mira sorprendida.
Avanza el tren y entramos en el túnel, en nuestro corazón lleno de miedos. La tiniebla está llena de caballos.
Sobre la arena estallan las pasiones.
En Atenas humean las colinas
y yo acaricio el libro suavemente. Somos ciegos que cruzan en la noche, torpes trenes hacia ninguna parte.
Ya no quedan preguntas ni respuestas, sólo palabras rotas, desgastadas.
Todo cuanto tenemos es el cuerpo.
Un túnel es un poema que sucede latente en nuestros iris extasiados.
Lo que fue la gran Troya ya no existe. Nos sentimos tan solos como Aquiles en nuestra oscuridad sobrevenida.
Apolo y Odiseo nos aguardan.
Siempre tu mano ahí. Marchamos juntos. Las páginas se agitan al pasar.
Con aceite frotamos nuestra piel
y calzamos sandalias. Cual los griegos incendiamos el túnel con poemas.
Y más allá… la oscuridad, el polvo.