Pero si hay una fecha que, junto a la de la inauguración
de la línea Barcelona-Mataró, está marcada en rojo en
los libros de historia sobre el ferrocarril, es el 14 de
abril de 1992. El año del V Centenario, el de la
Exposición Universal de Sevilla, se convertiría también
en el año de la llegada de la alta velocidad a España
con el viaje inaugural del “tren que volaba bajo”, como
lo calificó la prensa del momento, a la capital
andaluza.
Hoy, el sistema de alta velocidad español ha llegado a
más de treinta ciudades y está a la vanguardia del
mercado mundial: la red es la segunda del mundo en
longitud, sólo por detrás de China; y exporta este
conocimiento y tecnología al resto del mundo.
El cambio de milenio trajo importantes novedades como la
creación del espacio ferroviario único europeo y la
liberalización del sector que, en nuestro país, se
tradujeron en la separación de la gestión de las
infraestructuras de la explotación del servicio. Renfe
se dividió en Renfe Operadora y en el Administrador de
Infraestructuras Ferroviarias, Adif, que en estos
momentos es responsable de una red superior a los 15.000
kilómetros de vías.
Consecuencia añadida a aquellas decisiones europeas, la
actual década viene marcada por la llegada a nuestras
vías férreas de los operadores privados como el francés
Ouigo o, más recientemente, el italoespañol Iryo.
En la conmemoración de los 175 años de ferrocarril en
España, la mirada al futuro augura la misma ventura que
pronosticaba la crónica de El Barcelonés tras el primer
viaje de la locomotora Mataró en 1848. Por seguridad,
comodidad, accesibilidad, conectividad y, sobre todo,
por ser el medio de transporte más sostenible, pocas
dudas hay de que el ferrocarril seguirá ganando peso
como eje vertebrador de la movilidad y clave de la
intermodalidad. El futuro seguirá por tanto
perteneciendo al ferrocarril.