El reloj de la estación de Astapovo lleva parado
desde hace 111 años. Su jefe de estación, Iván
Ivanovitch Osoling, detuvo las manecillas a las 6.05
horas del 20 de octubre de 1910 para recordar la
hora en la que, en una habitación de su casa, moría
Leon Tolstoi, el autor de Guerra y Paz, el
escritor que hizo suicidarse a Ana Karenina
arrojándose a las vías de un tren, el mismo que
había emprendido unos días antes un febril viaje en
un vagón de tercera hacia el Cáucaso. Aquel
episodio, aquella “huida hacia Dios”, fue recreada
por Stefan Zweig a modo de obra de teatro en uno de
sus Momentos estelares de la Humanidad.
El tren no solo cruza países. Atraviesa la vida de
los escritores y de sus criaturas y ha vertebrado
las mejores páginas de la literatura española y
mundial. En el interior de un ferrocarril
descarrilaron los personajes de La Bestia Humana
de Zola, Agatha Christie obligó a Poirot a
esclarecer el Asesinato en el Orient Express,
Paul Theroux nos hizo recorrer ciudades y
continentes en El gran bazar del ferrocarril
y en Tren fantasma a la Estrella de Oriente,
Ethel Lina White hizo desaparecer a su dama, la
señorita Froy, y el propio Tolstoi convirtió sus
vagones en la prisión rodante de Resurrección.
La fascinación por el ferrocarril atrapó a Dickens y
fue para el Galdós de Doña Perfecta o
Rosalía símbolo del progreso o la sala de
interrogatorios en la que Jacinta, en pleno viaje de
novios, quiso esclarecer el pasado amoroso de su
marido. En trenes como el de Pancorbo a Burgos o el
de Burgos a Valladolid dató Unamuno alguno de sus
poemas, pero también -Ay, mi Castilla, junto al
tren que pasa…-, fue el instrumento de su
recorrido lírico por la meseta. Sus olores, sus
negros penachos de humo y sus bufidos salpicaron
algunas de las novelas de Delibes. Y una vieja
estación, como la de Atocha en los años 50, dio
sentido y tensión al Beltenebros de Antonio
Muñoz Molina.
Los Premios del Tren Antonio Machado de Poesía y
Cuento continúan con esta tradición literaria que
usa el tren en sus tramas para transportarnos a
otras épocas, a otros lugares, al alma de sus
protagonistas o al corazón mismo de las tinieblas.
Recogen el testigo del Premio de Narraciones Breves
Antonio Machado que Renfe instauró en 1977.
A lo largo de su historia, más de 40.000 creadores
han concurrido a este certamen, que se ha convertido
en indiscutible referencia del panorama literario
español. Ha sido parada obligada para figuras de
nuestras letras como Ana María Matute, Eduardo
Mendicutti, Francisco Umbral, Vicente Molina Fox,
Felipe Benítez Reyes o Jesús Torbado; de grandes
poetas como Raquel Lanseros, Benjamín Prados o
Antonio Lucas; y hasta de cineastas como Fernando
León de Aranoa.
A la edición de este año se han presentado más de
800 trabajos de enorme calidad. Las obras de los
ganadores de los primeros y segundos premios y de
los finalistas de ambas categorías componen este
volumen que usted, lector, tiene entre sus manos. Es
probable que alguno de ellos ingrese en la nómina de
sus autores preferidos.
Si quiere encontrar el maridaje perfecto, mi consejo
es que lea este libro en un tren, artífice de tantas
cosas, entre ellas del desarrollo de una cultura
europea, de un acervo común que el ferrocarril
impulsó acortando la distancias entre las grandes
ciudades del continente. El movimiento del tren fue
también el que que inspiró a Einstein para dar forma
a su teoría de la relatividad. Deje que estas
páginas hagan relativa la distancia y, sobre todo,
el tiempo.
Raquel Sánchez Jiménez
Ministra de Trasportes, Movilidad y Agenda Urbana