Ouka Leele
Premio Nacional de Fotografía 2005
Todo es oscuro, se intuyen algunas formas que se
suceden aritméticamente, el traqueteo marca un ritmo
sonoro que adormece, y alguna luz que se repite,
tenue, dibuja los ladrillos de esa insinuada pared,
el túnel.
Por fin, ¡la luz!, el paisaje, todo se ha vuelto
blanco y me ciega los ojos, descubro la nieve y su
inmensa belleza, el horizonte, casi imperceptible,
se difumina y funde con el cielo, más blanco que una
novia.
Quiero retenerlo, pero se sucede el siguiente, y el
siguiente, y el otro, un bosque que huye de mí y se
aleja en cada árbol que raudo cruza mi ventana.
Quiero leer pero me atrapa lo que veo y no puedo
dejar de mirarlo. Una ventana hipnótica.
¡Oh, qué maravilla!, no puedo resistir hacer una
fotografía, y finalmente plasmar en vídeo lo que de
la perfección del movimiento no capta la imagen
estática.
Reviso las fotos que he tomado y una me golpea
profundamente, he capturado la belleza y me
embeleso, y entonces se inicia un proceso imparable,
bajo la mesa pegada al asiento de delante, y de mi
inseparable bolso en cada viaje, saco mis cuadernos,
lápices, carboncillos, acuarelas. Como voy sola,
invado la mesa del asiento de al lado y me pongo a
dibujar, esa fotografía me ha inspirado tanto... Mi
imaginación vuela.
Las acuarelas me piden agua para mojar el pincel,
voy a ver si consigo un poco en el baño, si no,
pasaré por la cafetería.
En el pasillo me encuentro a un viejo amigo y nos
damos un abrazo enorme, me cuenta que están, en un
asiento de esos de mesa compartida, jugando a las
cartas y que si quiero sumarme. Me divierte tanto el
plan que decido dejar las acuarelas esperando.
Pasamos un rato tan divertido..., luego invito a mi
amigo a ver lo que estoy dibujando.
Se sienta conmigo un trecho del viaje justo cuando
atardece y la luz acentúa toda la armonía de su
rostro, decido hacerle su mejor retrato. Qué
preciosidad, creo firmemente que estas fotos las
acabaré exponiendo. Recogemos todo y nos vamos a la
cafetería a tomar algo.
Empezamos a hablar de lo excitante que es viajar en
tren, le cuento mi último viaje a Paris durmiendo en
el tren y nos embarcamos en un sueño, planear hacer
el transiberiano, miramos los mapas y nos ponemos a
soñar.
–Viajar en tren es tan de escala humana, es tan
viaje...
Yo recuerdo los trenes de mi infancia, los recuerdo
siempre con nostalgia, con agrado, y deseo
profundamente que el sentido de viaje que marca el
ritmo del tren no nos abandone nunca.
–Sería capaz de ir a China en tren. Ojalá se pudiera
ir a todas partes en tren.
Mantenemos una larga conversación, los dos
recordando anécdotas. Le cuento y describo cómo me
gustaban las comidas en el tren y todas las cosas
que había, las teteras, los cubiertos, todo era de
un material pesado que me encantaba, las bandejas,
era una delicia, las ventanas de madera...
Conversamos sobre lo rápido que ahora son algunos
viajes y que casi no te da tiempo a reaccionar y ya
has llegado, pero eso también nos gusta y como hay
otros viajes más largos en los que disfrutar de ese
tiempo lento en el que leer, dormitar, mirar por la
ventana, soñar, jugar... pues se compensan.
Los dos nos reímos porque hemos dicho a la vez: en
tren me iría al fin del mundo.