Page 67 - Premios del Tren 2023
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contra el muro del patio por puro aburrimiento. Culpar a Carlos,

                su único hermano, el niño perfecto. Le castigaron prohibiéndole lo
                que más le gustaba: el cine de verano. No obstante, no se chivó.

                Permaneció en silencio todas las vacaciones. Se encerró y, ausente

                en el desván, se dedicó a leer cuanto libro o tebeo pasaba por sus
                manos. Nunca, le delató. Pese a sentirse despreciable, tampoco Al-

                fredo, contó la verdad»

                     –Por favor, levanta un poco más el brazo para medir bien la sisa;
                así, estupendo– De un salto se acomodó en su asiento y se conectó al

                hilo de un ovillo azul marino que menguaba por momentos. Alfredo,

                estremecido, se quedó quietecito. Temía que sus pensamientos se su-
                blevaran convirtiéndose en voz. Apartó la vista y esperó.

                     Pasado  el  rato,  se  animó  a  iniciar  una  conversación.  –Si  no  me
                equivoco, abordó el tren en Medina del Campo– Ella, asintió sin mi-

                rar. –Quizá, conoció a mi abuelo. Sus cenizas fluyen por el Zapardiel.

                Mi padre y mi madre, aún viven allí– dijo intentando ser amable. –
                Noble tierra con título de Villa, renombrada por sus Ferias y por su

                histórico castillo, última morada de Isabel La Católica. ¡La de veces
                que habrás ido al Castillo de La Mota!– exclamó ella. Alfredo sintió

                encogérsele las carnes por dentro. Achicado confesó: –Hace muchísi-

                mos años que no voy–. Ella, decretó –Estando tu padre y tu madre
                allí, ¡es del todo imperdonable!– El comentario le penetró como una

                sibilante  puñalada  de  pérdida.  Ella  siguió,  sosegando  el  tono  –

                Medina, es un cruce de caminos, por eso me gusta tanto– En ese ins-
                tante levantó la cabeza y pudo contemplar sus ojos.

                     Eran de un gris ambiguo, cercados por fulgentes aureolas viole-

                tas y amarillas que les otorgaban un inquietante brillo. Sus ojos, no
                parecían los ojos de una anciana, parecían los ojos de un animal.

                     Se sintió del todo absurdo y apartó la mirada. –El tren decelera.
                Supongo que nos acercamos a un apeadero– dijo, por decir algo, con





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