Page 71 - Premios del Tren 2023
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Le arrolló un maretazo de pavor arrastrándole a un frenético vai-

                vén. Bregaba desesperado por arrancarse la asfixiante loriga de lana
                que  abrazaba  su  torso  como  una  coraza  medieval,  constriñéndole

                vértebra a vértebra, hasta la extenuación. Bajo el influjo del pánico su

                coordinación era prácticamente nula. Rebotaba de un asiento a otro
                adoptando mil posturas hasta que, en un certero arrebato, tiró de la

                prenda con brusquedad y se liberó del suplicio.

                     Salió a escape al lavabo, pisoteó el pedal con presteza y encajó la
                cabeza bajo el tímido chorro de agua, dejándose en el envite, un tro-

                cito  de  labio  estampado  en  el  grifo.  Le  urgía  el  agua  helada  en  la

                nuca, calmar el ritmo convulso de su ombligo. Se prolongó un rato
                acoplado bajo el chorro hasta percibir un regusto metálico, un sabor

                a  sangre.  Al  levantar  la  cabeza,  el  espejo  le  devolvió  una  imagen
                distorsionada.

                     ¿Quién era ese hombre que le miraba desde el otro lado? ¿Dónde

                estaba Alfredo? Sus rasgos se le antojaban ajenos. Apenas podía dis-
                tinguir sus ojos. Su rostro era una mueca ensangrentada. Se lavó la

                boca y, agotadas las toallitas de papel, se secó sutilmente con su pa-
                ñuelo. Miró su reloj. ¿Por qué estaba encerrado en el baño de madru-

                gada, con el labio partido y al borde del colapso? Golpearon la puer-

                ta  por  enésima  vez.  Al  fin,  escuchó  la  voz  –¿Está  ocupado?  Oiga,
                ¿hay alguien ahí? Por favor, conteste. ¿Necesita ayuda? Espere, voy a

                llamar al revisor– En cuanto pudo moverse se escabulló en silencio.

                     Un destemplado pitido le importunó. Disfrutaba de la agradable
                calidez de los primeros rayos del día que, acentuados por el cristal,

                le tenían sumido en un gozoso estado de duermevela. Supuso que

                era un despertador o un teléfono. Se equivocó.
                     El vocerío externo le espabiló del todo. Se enderezó. Estaba solo.

                Apenas podía despegar los labios y en la tentativa, sintió dolorida y
                reseca la boca. Se levantó a por agua. Ni una sola gota en la botella.





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