Page 66 - Premios del Tren 2023
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asiento rodeado de gente joven que tiene montada una buena juerga.

                Demasiado bullicio para mí. Salí a buscar al revisor y, de paso, mirar
                si  había  algún  asiento  libre.  Al  asomarme,  y  verle  echado,  supuse

                que viajaba solo. Me acomodé sin hacer el menor ruido. No le impor-

                ta, ¿verdad?– arguyó sin considerar una negativa. Alfredo se sintió
                obligado a mentir –No se preocupe– Dio un respingo y exclamó atur-

                dido: –¡Estamos en Medina del Campo!– Ella se sobresaltó. Reaccio-

                nó enseguida –Discúlpeme. Perdí la noción del tiempo– Cuando el
                tren se puso en marcha, la anciana confirmó –Estábamos–.

                     ¿Cuánto  tiempo  llevaría  ahí,  observándole?  Apenas  tenía  arru-

                gas, sin embargo, parecía tener un sinfín de años. El cabello plateado
                le confería un aspecto refinado. Sus ágiles manos tejían una prenda

                de lana.
                     Cuanto más la miraba, más le recordaba a su madre sin parecér-

                sele en nada. Era como todas las madres y abuelas, juntas…

                     –Quisiera pedirte un favor, como compañera de viaje ¿Puedo tu-
                tearte?– Alfredo asintió confuso –Estoy haciendo un chaleco de pun-

                to, ¿te gusta el color?– Respondió sin convicción –El azul marino es
                mi  favorito–  Ella,  agregó  –  Perfecto.  ¿Te  importaría  probártelo?  Es

                para un mozo alto y fuerte, como tú– Se levantó sin voluntad. Ella,

                trepó al asiento con ligereza y le echó por encima el trozo de lana.
                Apenas el  tejido rozó su piel,  recuerdos deshilvanados emergieron

                de improviso asaltando su memoria. Cerró los ojos, sin embargo, no

                pudo evitar el estallido de una brusca tormenta eléctrica en sus reti-
                nas,  relámpagos  que  encendían  y  apagaban  rincones  de  su  niñez;

                una infancia que durante muchos años, había permanecido a oscu-

                ras... como si, de pronto, se descorrieran las cortinas del pasado.
                     «Compartir un helado con Clarita, la hija del panadero. Esca-

                parse por la ventana para no dormir siesta. Pintar de colorao las ga-
                llinas que no ponían huevos. Lanzar a posta la radio de su padre





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