Page 72 - Premios del Tren 2023
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Se inició un bullicioso desfile de gente por los pasillos circulando sin

                rumbo. Desde su ventana observó que el tren se había detenido en
                medio de la nada. Intuyó que era grave. ¡Qué contrariedad! Fuera lo

                que fuera, no iba a chafarle el plan. ¿Qué habría pasado? ¿Un atenta-

                do? ¿Un accidente? A lo peor alguien... Los rumores confirmaron sus
                sospechas. Un hombre había sido arrollado por el tren. «No hay dos

                sin tres», habría dicho su padre.

                     Estaba deshidratado. Enfiló hacia el coche-bar. Nadie. Buscó en la
                barra, nada. En una mesa había una botella de agua casi vacía. Sin

                pensárselo, tomó hasta la última gota. La mejoría fue inmediata. De

                regreso,  le  pudo  la  curiosidad  y,  desde  la  plataforma,  sacó  medio
                cuerpo agarrado a la barra. Vio como el maquinista se apeaba de la

                cabina y se apretaba las sienes con los puños cerrados. Su ayudante,
                desde la ventana del puesto de mando, maldecía al cuerpo inerte ha-

                llado a un lado de la vía. Parecía un hombre de mediana edad. Des-

                de  su  perspectiva,  no  apreciaba  heridas  graves.  Sólo  un  hilillo  de
                sangre  que  goteaba  desde  la  nariz  a  la  nuez  y  se  perdía  pecho

                adentro.
                     Se estremeció. Había salido a cuerpo y el rocío de la mañana im-

                ponía su ley. Supuso que el tren le había golpeado sin llegar al atro-

                pello. La desolada figura de aquel hombre evocaba una enorme ma-
                rioneta rota. Dentro, imperaba la confusión. La gente, se asomaba sin

                atreverse a bajar, hasta que surgió la silueta de una mujer acercándo-

                se despacio. Al llegar, se arrodilló junto a él. Siguiendo un impulso,
                bajó la escalerilla y avanzó, subyugado por la escena. La mujer acu-

                naba sobre su regazo aquel cuerpo inerte. Les rodeó buscando el me-

                jor enfoque. Se quedó observando la escena, inmóvil, en velado si-
                lencio. En ese instante eterno se detuvo el tiempo. Ella, levantó la ca-

                beza. Su hermoso rostro, translúcido como el alabastro, enmarcaba
                de manera perfecta, unos ojos de un gris ambiguo, cercados por ful-





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