Page 33 - Premios del Tren 2023
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tarios, los que no conciben la vida sin bullicio, sin fiestas, sin amigo-

                tes, sin fútbol, sin mujeres y sin una caterva de niños que sacar a pa-
                sear los domingos. Sí, ellos nos ven así, y nos tienen lástima. Lo más

                curioso, de todos modos, es que así nos vemos nosotros también, y

                por eso siempre que pensaba en él yo pensaba, como los demás —yo
                que era tan mísero como él—, en el “pobre José Manso”. Sin embar-

                go, nunca me dije “pobre de mí”, eso no. Como si mi soledad y mi

                insignificancia fueran fruto de una decisión consciente, de una libre
                elección, mientras que las suyas fueran hijas de la pusilanimidad y la

                desgracia. “Pobre José Manso”, ahora sí lo podía decir. Porque, poco

                antes de irme de aquella ciudad —acabado mi período de prácticas,
                había  conseguido  un  puesto  definitivo  en  la  mía—,  el  pobre  José

                Manso  había  muerto.  Absorto  en  mis  pensamientos,  no  me  había
                dado cuenta de que ya hacía rato que el tren corría paralelo a la orilla

                del  mar.  Los  márgenes  de  la  vía  lucían  adornados  de  campanillas

                azules y adelfos en flor. Blancas casitas veraniegas salpicaban el pai-
                saje. Pensé que ahora serían muchas más que en mi anterior viaje: el

                afán urbanizador se había extendido, implacable y excesivo, no sólo
                por  los  arrabales  de  las  ciudades,  sino  también  y  sobre  todo  por

                nuestras costas, de norte a sur y sobre todo allí, en el este. Algunos

                chalés se agrupaban, como formando racimos, en pequeños pobla-
                dos o en urbanizaciones. De vez en cuando se veían también altivos

                bloques de apartamentos. Entre ellos asomaban las playas, poco ocu-

                padas debido a lo temprano de la hora y por tratarse de un día labo-
                rable. Además, aún no había empezado la temporada de baños. El

                color del agua, un azul oscuro virando al violeta, hablaba de frío y

                de algo más que no quise oír.
                     Traté de sumergirme en el periódico, pero fue en vano: mi vista

                resbalaba sobre sus páginas, sin conseguir fijarse, con la misma lige-
                reza con que el tren se deslizaba sobre la vía acercándome a mi des-





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