Page 30 - Premios del Tren 2023
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miento, una firma ilegible dejaba abierta la principal incógnita y me

                llevaba a consultar de nuevo el sobre y comprobar, para mi insatis-
                facción y desasosiego, que no llevaba remitente alguno. El matase-

                llos, pálido y emborronado, resultaba completamente ilegible. Des-

                pués de reflexionar un buen rato, y a punto ya de rendirme, me cru-
                zó por la mente una idea absurda: que si la carta provenía de la ciu-

                dad donde se me citaba —cosa probable, por más que incierta— sólo

                podía mandármela una persona: José Manso.
                     No sé cómo ni por qué me había acordado de él. Formaba parte

                de un pasado remoto, más que por el tiempo transcurrido por mi de-

                cisión de darlo por clausurado. Un pasado al que mentalmente nun-
                ca me dirigía, pero de haberlo hecho habría sido en pretérito ante-

                rior. Por eso me sorprendió que volvieran a mi pensamiento, desde
                el  limbo  donde  habían  permanecido  a  lo  largo  de  más  de  media

                vida, aquellos tiempos y con ellos José Manso.

                     De no haber sido por esa idea fugaz e insensata, lo más seguro es
                que hubiera hecho caso omiso a lo que se me proponía. O tal vez no,

                por lo que dije antes: nada me perturba tanto como lo incomprensi-
                ble, o por lo menos lo incomprendido. No tenía más remedio que ir,

                por la sencilla razón de que no tenía más remedio que saber, si que-

                ría poder dormir tranquilo. De manera que busqué una excusa para
                la  oficina  —la  cita  era  para  un  día  laborable—,  procuré  no  darle

                vueltas durante la semana que faltaba para el día señalado y, llegado

                éste, me dispuse a emprender el viaje.
                     Como  siempre,  llegué  a  la  estación  con  mucha  antelación.  Me

                tomé un café, y luego me llegué al quiosco a comprar lectura para el

                viaje. Y allí estaba, de pie en el andén, fumando mi cigarrillo y pro-
                curando no pensar en ello. Tiempo habría, y poca escapatoria, si una

                vez allí se confirmaba lo que ni tan sólo me atrevía a imaginar. Me-
                nos mal que nunca anduve muy sobrado de imaginación. Me puse a





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