Page 29 - Premios del Tren 2023
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cosas  en  el  planeta  sigamos  desperdiciando  tanto  papel—  cuando

                advertí algo inusual: un sobre de formato distinto al comercial, con
                mi nombre y mi dirección escritos a mano en una letra que me resul-

                taba desconocida pero que al mismo tiempo parecía querer decirme

                algo. Me pasó por la cabeza la posibilidad, sin duda remota, de que
                se tratara de un viejo amor medio olvidado, o de algún conocido con

                quien hubiera intercambiado algunas misivas y después, como suele

                suceder,  la  cosa  se  hubiera  ido  enfriando  por  las  dos  partes  hasta
                caer en el silencio epistolar. Un silencio que ahora mi supuesto co-

                rresponsal, por causas desconocidas, hubiera decidido romper.

                     Ya he dicho que no me siento cómodo con lo que se sale de la cos-
                tumbre: tal vez por eso me quedé unos instantes con la carta en la

                mano, agitándola como si esperara que el peso o cualquier otro fac-
                tor me permitieran intuir su contenido, y dudando entre mandarla

                directamente a reunirse con la correspondencia comercial o abrirla y

                enfrentarme a ella de una vez. Acabé decidiéndome por esto último,
                más  que  nada  para  conjurar  el  peligro  de  que  el  sobre  no  abierto

                mantuviera indefinidamente su carácter de enigma intranquilizador
                y su recuerdo me siguiera asaltando desde el contenedor de papel e

                incluso desde el más allá, su más allá, porque no hay nada más per-

                sistente que un enigma no resuelto. Lo abrí, pues, y una vez abierto
                vi que contenía una cuartilla —formato hoy caído en desuso e inclu-

                so en el olvido, después de la paulatina y definitiva implantación del

                ISO/DIN—,  que  contenía  apenas  cuatro  líneas  manuscritas  con  la
                misma caligrafía que el sobre en las cuales, en términos claros y con-

                cisos pero sin excesiva contundencia, alguien me citaba para dentro

                de una semana precisamente en la pequeña ciudad costera a la que
                ahora me dirigía, y que he llamado Villamarina para llamarla de al-

                gún modo, ya que prefiero referir esta historia sin divulgar ciertos
                detalles. Debajo de esta sucinta invitación, o más bien cita o requeri-





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