Page 21 - Premios del Tren 2023
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con escaso duelo, con la inevitable condescendencia de quien sabe

                que nada de este mundo perdura lo bastante como para entregarle la
                propia vida. No podía decírselo a ella, desnudos y saciados sobre la

                cama, decirle que para él una hora más de vida era una gracia del

                cielo. Estaría bien, dijo él al cabo de un rato, acariciándola con una
                ternura desacostumbrada, como si no fuese posible volver a hacerlo

                con ninguna otra mujer el resto de sus días.

                     Cuando la luz de la tarde va declinando por las cumbres de Sie-
                rra Nevada, Quique el Moreno lleva dos horas en el tren, arrebujado

                en su asiento, intentando cerrar los ojos, olvidarse de lo que había

                dejado a sus espaldas, no sentir nostalgia de su hermana, de cuando
                eran niños y jugaban en el patio de la casa del pueblo, antes de mu-

                darse a la ciudad. No quería dejarse entristecer por el pasado, había
                que estar alerta, dos semanas atrás recibieron un alijo de cocaína en

                un envío de plátanos, alguien se había chivado y agentes de la poli-

                cía  judicial  se  presentaron  con  perros  en  los  hangares  del  puerto,
                destrozaron las cajas de fruta y encontraron el botín, 600 kilos de nie-

                ve en polvo, y ahora su cabeza valía menos que hace una semana, el
                Moro estaba enfurecido y él tendría que sufrir esa ira porque al Moro

                le iban a sacudir desde arriba los que esperaban a este lado del char-

                co y los de la otra orilla, no valían excusas, el que la hace la paga, se
                convierte en basura, su vida vale menos que la bala que le meten en

                la boca, mejor convertirse en humo y desaparecer, no hay segundas

                oportunidades  porque  la  cola  de  los  que  esperan  para  ocupar  tu
                puesto es demasiado larga.

                     -Hace  un  calor  que  te  mueres  –dijo  la  mujer,  abanicándose  con

                una revista, sin mirarlo. Ocupaba el asiento del otro lado del pasillo.
                Normalmente,  nadie  solía  sentarse  cerca  de  él,  si  podían  evitarlo,

                rehuían su piel de cuero, su pelo alborotado, el tigre agazapado en
                los ojos, y buscaban otro asiento libre. En cambio, la mujer lo había





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