Page 22 - Premios del Tren 2023
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ocupado después que otro lo rechazara, “me gusta ir lo más adelante

                posible”,  había  dicho  entonces,  y  era  todo  cuanto  se  habían  dicho
                hasta ese momento, al cabo de una hora.

                     Era joven, pero no tanto como para ser estudiante, sospechaba, el

                pelo corto y claro, un rostro agradable, con unos ojos sin miedo que
                él seguía viendo incluso después que había apartado la mirada de

                ellos. Pero era en la voz donde había detectado algo distinto, quizá la

                indiferencia ante su aire amenazante, una especie de mansa acepta-
                ción de su persona, a  lo que  ya  no estaba  acostumbrado. Aun así,

                deseaba aislarse, que respetaran su silencio. No respondió al comen-

                tario. Se limitó a mirarla con los ojos entornados y un mohín con los
                labios apretados, para atenuar la grosería. Si eres de mar, nunca te

                acostumbras, continuó ella impasible, tomando la mirada de aquel
                compañero de viaje como una aprobación a sus palabras. Estaba ha-

                bituada  a  lidiar  con  gente  huraña.  Él  inició  un  esbozo  de  sonrisa

                como única respuesta. ¿Lo habría visto ella? Y dicen que lo peor está
                por llegar, añadió la mujer, y ahora sí, miró al hombre que tenía al

                lado, de soslayo, la desconcertaba tanto mutismo. Si quieres, me ca-
                llo, ofreció. Al Moreno no le caía mal aquella joven tan desenvuelta,

                indiferente a la hosquedad de su cara, a la serpiente tatuada en su

                brazo, descubierto ahora que se había quitado la chaqueta, a sus gre-
                ñas salvajes, a su estampa de buscavidas engreído. ¿Me callo?, insis-

                tió ella, al no recibir respuesta. Como quieras, dijo él, al fin, animado

                a concederle la palabra. Después de todo, tenía un bonito perfil, y se
                veía que andaba sola y desesperada por ponerle remedio, qué había

                de malo en prestarle ayuda en eso, al Moro no pensaba visitarlo has-

                ta el día siguiente, mejor dormir la última noche con alguien como
                ésta, tal vez mañana lo acostaran a él en una zanja o en el fondo del

                río con un ojal abierto en la nuca. Vale, musitó ella para sí, y cerró la
                boca, asintiendo con un ligero cabeceo, lo que tiene una que aguan-





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