Page 16 - Premios del Tren 2023
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tender con su fiereza, puramente física, él sabía compadecer y amar

                aunque robara cuanto se podía robar, aunque lo obligaran a golpear
                a un hombre hasta hacerle perder el sentido, en el fondo no era mala

                persona, decía su madre, y lo pensaba su hermana, también, que no

                había veneno en su corazón, sólo furia, la ira contenida y dispuesta a
                estallar a las primeras de cambio si alguien lo provocaba, pero lo en-

                ternecía contemplar el juego de los niños en la playa cuando bajaba a

                relajarse después de esperar toda la noche la llegada de algún envío
                en las barcas de los pescadores, se sentaba en la arena, fumando y

                repitiéndose que aquél iba a ser el último trabajo para el Moro, que

                era más seguro coger el dinero ahorrado y empezar en otra parte, co-
                menzar a construir algo que pudiera enseñarse a la luz del día, un

                negocio que pudiera compartir con alguna mujer, sentar la cabeza,
                poner un poco de orden y de paz en su vida, no aquel sobresalto per-

                manente, no temer cada mirada de los que iban por la calle, no rece-

                lar de cada uno de los que se acercaban a él para cualquier cosa, te-
                miendo siempre la traición y la cuchillada, alerta para huir o matar,

                para seguir abriendo un pozo de desventura bajo sus pies.
                     Habían enterrado a su madre por la mañana en el cementerio del

                pueblo. La gente lo había saludado con fría corrección, en el fondo

                asqueados de tener que hacerlo, el hijo canalla y golfo, el delincuen-
                te, el caído en desgracia. Sólo su hermana lo había tratado con cari-

                ño, nunca había dejado de hacerlo, ella sabía que no era tan inmun-

                do, había tenido mala suerte al elegir las compañías, eso era todo.
                     -¿Cuándo te vas? –le preguntó ella a la salida del camposanto,

                     dos figuras solitarias al pie de los cipreses.

                     -Esta tarde –respondió él.
                     Cuando  ella  despertó  de  la  siesta,  él  ya  se  había  marchado.  Le

                dijo, en algún momento del entierro, que ahora tenía negocios con
                alguien de Colombia o Ecuador, una empresa de exportación e im-





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