Page 18 - Premios del Tren 2023
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sitio en el barrio, y no esas ideas confusas que te hacían aprender en

                las aulas, palabras y números sin sentido con los que nada ventajoso
                podía hacerse a la intemperie, historias de mundos antiguos ya olvi-

                dados bajo cien palmos de arena, o hileras embrolladas de cálculos

                matemáticos que te volvían loco.
                     En cuanto pudo, dejó todo eso atrás, muy pronto, antes de lo que

                hubiera querido su madre, que había esperado de él grandes cosas, y

                lo vio malgastarse a medida que iba creciendo, malogrando su talen-
                to natural, porque era inteligente, solo tenía que poner un poco de

                voluntad y amor propio, pero para qué, decía él, para qué romperme

                la cabeza en lo que no me sirve para nada, y ella pugnaba por sacar-
                lo de su error, haciéndole ver las ventajas de abrirse camino a golpe

                de talento y no de brutalidad, defenderse de la marginación con es-
                tudios y titulación, yo sé lo que me conviene, replicaba él con sufi-

                ciencia, y eligió la orilla de los desheredados.

                     Cuando hoy se mira al espejo, ve su rostro tallado a cincel por la
                desventura, ya no tan joven ni tan impaciente por golpear al mundo

                con  una  mueca  de  desprecio.  ¿Qué  había  hecho  todos  estos  años,
                desde que miraba la pizarra del colegio como un mocoso? Envene-

                narse lentamente con un descontento hacia todo, del que no había

                podido ni sabido escapar.
                     Cuando convirtieron el solar de la Hípica en un parque a la medi-

                da del barrio, con árboles y bancos para el descanso de los vecinos,

                con una fuente de forja en el centro, él y los bárbaros que lo acompa-
                ñaban en su juventud, se adueñaron de sus sombras benévolas y las

                contaminaron con su presencia indeseable, lo ensuciaron y convirtie-

                ron en su cuartel de fechorías, en su zoco de trapicheos, de alcohol y
                humaredas tóxicas, de voces, de trifulcas, de sirenas de policía y am-

                bulancias, un muladar, una sentina de hombres y mujeres a la deri-
                va. Y él estaba allí, un cabecilla de tres al cuarto, el tipo que vendía





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