Page 20 - Premios del Tren 2023
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que estrechan tu mano y sellan los pactos con un juramento que vale

                tanto como un escupitajo en el mar. Quique aprendía rápido porque
                era mejor que ellos, o así lo creía, más despierto, más impasible y as-

                tuto que cualquiera de los que le daban órdenes, lo que alentó su re-

                beldía, la soberbia de crecer fuera de la manada, cazar a solas, prime-
                ro un pedazo de carne, luego la presa entera, arrimarla a su guarida

                y pretender que nadie se diera cuenta y lo desaprobara, que el amo

                no soltara sus perros contra él, que no lo buscaran hasta el último
                agujero, él lo sabía y lo supo desde su primer golpe de quinqui, toda-

                vía adolescente, el que la hace la paga, los chivatos, los traidores, los

                cobardes, candela, no hay piedad ni perdón ni lástima entre desal-
                mados, el que cede cae, no hay lágrimas que ganen la clemencia del

                que está arriba, da lo mismo que hayas sido esposa o hermano, si
                rompes las reglas no hay lugar para escuchar lamentos ni disculpas,

                no hay tiempo para la piedad, solo para golpear, apartar al que estor-

                ba, deshacerse del judas, atarle una piedra al cuello y a los peces, así
                que puso tierra y mar de por medio, dejó la ciudad atrás, los amigos

                –los que le quedaban-, la familia, y buscó refugio – escaso-, con el
                Moro, al que había tratado en algunos negocios de Rosino, pero éste

                lo perseguía desde entonces, lo acechaba y maldecía, y él podía escu-

                char su ira vengativa cada noche, en cada esquina, con los ojos abier-
                tos o cerrados, porque no había paz para los vivos cuando te mira-

                ban  de  través  esos  hijos  de  mala  madre,  pero  nada  podía  hacerse

                para salvarse cuando se ha estado en esa gusanera, tejiendo la telara-
                ña de tu propia tumba, siempre perseguido por fantasmas de muer-

                tos y de vivos, condenado a la perdición.

                     -¿Te volveré a ver? –le preguntó la última mujer un día, sumidos
                en el letargo del placer, dócil por un instante la sangre del hombre

                tendido, enamorada ella, tal vez, adelantándose a su desaparición, al
                adiós  furtivo,  amada  y  deseada  con  furiosa  pasión,  y  dejada  atrás





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