Page 86 - Premios del Tren 2023
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Así fueron sumando noches esporádicas en las que Arturo dor-
mía con Rosa, sin que ninguno de los dos quisiera hablar sobre el
significado de esos encuentros. Arturo sabía que ella era algo mayor
que él, que volvería a España y que lo de ellos no tenía ningún futu-
ro. Rosa tampoco pensaba demasiado, el verano y el tiempo libre la
habían relajado. España quedaba lejos y no le interesaba saber lo que
estaba pasando en su patria, ni meterse en las redes sociales a buscar
hilos de imágenes y frases crispadas. El verdor de los bosques, la lec-
tura sosegada de un par de novelas que tenía pendientes y buscar a
Arturo en el camino de las granjas por las tardes se había convertido
en su afición y su rutina. Fue un ritmo placentero de tres semanas
sintiendo su cuerpo florecer junto al de Arturo.
Un día, Arturo le dijo a Rosa que tenía 23 años y ella le respondió
que tenía 35. Se quedaron callados, los doce años de diferencia era
tan silenciosos como su relación y el tiempo que pasaban juntos.
Rosa se acordó del verano de sus 12 años cuando pasó las vacaciones
en un pueblo de la montaña de León donde también veraneaba una
familia de franceses y se enamoró de Paul, un niño alto de su edad
de ojos azules que casi no hablaba español, pero se hicieron amigos,
iban a nadar al lago de la Omaña, daban excursiones y jugaban a las
cartas y al dominó. Un día, al final del verano se dieron un beso. Los
besos de Arturo le recordaban al beso de Paul, a la timidez y a la ter-
nura silenciosa de los que se acompañan.
Arturo pensó en cómo sería su vida cuando él tuviera los 35 años
de Rosa. No sabía bien que iba a ser de él, su existencia migrante le
hacía vivir siempre en el presente. Quizás, para entonces, en sus sue-
ños ya no estaría el recuerdo de la Bestia. Miró a Rosa y le explicó
que le habían ofrecido trabajo en Maine, que le daban buen dinero y
mejores condiciones. Que probablemente se iría a finales de julio.
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