“que seas muy feliz” que resonó
en toda la ciudad como un cuchillo
de hielo en las entrañas, como un dardo
que se clava en el alma para siempre.
Y el tren se despidió de la estación
con su pitido habitual, y el cielo
se convirtió en un dédalo de lágrimas.
Y ya no volví a verte nunca más.
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