Page 211 - I Concurso literario Miguel delibes
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1   Certamen


 Literatura  Infantil


 Miguel Delibes












 Se sentó enfrente y me pidió perdón con una voz muy grave, tan grave   Esperé a que mirase a algún ángulo muerto desde el cual no pudiera verme.


 que empecé a notar una sensación de miedo e inseguridad que recorría todo   Cuando eso sucedió fui lo más rápido que pude a sentarme en un asiento


 mi cuerpo.                desde el que el cuál no me viera, pero lo suficientemente cerca como para


                           poder escucharle.

 Intentaba no mirarle, la tentación era demasiado grande. Pero si dentro


 de mí había una emoción que sobresalía sobre las demás, esa era el miedo.   Sentía una fuerte sensación de adrenalina. Por un momento pensé que era


 Apoyé mi brazo en la pared y contemplé el paisaje hasta que mis párpados   un gran espía que se encontraba allí para derrocar a un grupo de malhechores.


 se cerraron y caí en un profundo sueño del que tardé dos horas en salir.   El hombre había llamado a alguien. Me esperaba que aquel alguien, pudiera

 Cuando  desperté, lo primero que  vieron  mis ojos fue  a aquel maleante   ser algún mafioso peligroso, pero no resulto ser así. Esperaba que entablará


 sacando sus sucias manos del bolso de la señora que estaba sentada enfrente   algún tipo de conversación a través de su moderno móvil con un desconocido


 de mí.  El muy descarado le había quitado el móvil y la cartera a la inocente   interlocutor (para mí) y que yo no comprendería; sin embargo no podía


 señora. Aquella  señora que  debía superar los 80  años, era una  anciana   estar más equivocado. Jamás se me habría ocurrido cuál era la verdadera


 indefensa: pelo gris, arrugas, con muchas perlas a modo de adorno y un   situación.

 pintalabios color carmesí que resaltaba sus labios.


                           - Los tengo, el monedero y el móvil. - le dijo el hombre a su compañero


 Quería ver cuáles eran las verdaderas intenciones de aquel ser tan variopinto.   que se encontraba al otro lado del teléfono.


 Esperé unos treinta segundos a que se fuera. Y ahí es cuando comencé a

 seguirlo.                 - ¿Has comprobado que son suyos? - preguntó el otro hombre. - Después


                           de todo lo ocurrido, ya no me fío.


 Fue recorriendo los vagones del ferrocarril hasta llegar al que menos gente


 albergaba.                El hombre sacó del monedero de la anciana un DNI gracias al que verificó


                           que aquello era posesión de María Consuelo de la Fuente.

 Se había sentado en el asiento más alejado. Su mano sostenía un teléfono


 azul, notablemente más moderno que el viejo y desgastado móvil negro de   - Sí, es suyo, no hay duda.


 la anciana. ¿A quién se lo habrá robado? - pensé.







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