Page 10 - Catálogo Caminos de Hierro - 1 Edición
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Juan ...  Y entre nacimiento y muerte avanza el tren a im­  sión de sus  vagones, de sus  «unidades»  (que el furgón
        pulso de su impulso, con un verdadero cambio de sem­  de  cola  despide  entre  rubíes),  como  por  la  distancia,
        blante  a  su  paso  por  el  medio  rural  y  su  llegada  a  la   recta,  sinuosa,  descendente,  ascendente,  soleada,  nu­
        estación cosmopolita. En el primer caso dijérase que el   bosa,  árida,  fértil,  altiva,  subterránea ... ,  que  del  lugar
        tren lleva el sello agigantado de la ciudad rodante y tran­  de  origen  devora  y  devora  hasta  el  punto  de  llegada.
        sitiva  («la  ciudad  que  pasa»,  dijo  de  él  el  poeta),  aco­  En el tren amanece y anochece. Como un vértigo surge
        modándose en el otro supuesto a la escala urbana, esto   la  locomotora  (más  bella  que  la  Victoria  de  Samotra­
        es, asemejándose a las otras cosas que en la ciudad se   cia) sobre la faz del día, y la fila interminable de venta­
        fundan  y  residen.  La ciudad se traslada en el tren a su   nas encendidas ilumina con fugaz y pertinaz fogonazo
        paso por la campiña.  Llegado a la ciudad, es el tren el   la densidad  nocturna,  llegándose a escuchar en lonta­
        que se  alberga bajo la solemne cúpula  de la  estación,   nanza el agudísimo verso de Miguel  Hernández: «¡De­
        se achica ante el ladrillo y  el hierro de  la arquitectura   tened ese tren agonizante/ que nunca acaba de surcar
        originaria, se aviene a la memoria ambiente de  Gusta­  la  noche!».
        vo Alejandro  Eiffel y a su fabril y febril concomitancia.   Pugna el tren, día a día, por el fiel cumplim.iento del
          ¿Siempre se  aclimató el tren  a la  ciudad y  la ciudad   horario. No, para las gentes del ferrocarri 1, no hay afrenta
        al tren? Sobresalto, alboroto, desenfreno e incluso pavor   comparable al indicio  de retraso;  aquel indicio impre­
        sufrió la ciudad de Madrid (¡la capital de España!) el día   so en la negra pizarra que antes (antes de las llamadas
        en que surgió el primer tren ante sus ojos, tal cual tex­  señales  electrónicas) quedaba  abierta  a  pública lectu­
        tualmente lo cuenta  Fernández de los Ríos:  «Un día, el   ra,  debajo,  justamente  debajo,  de  la  ritual  campana
        9  de  febrero de  1851, al  lado  del convento  de  Atocha,   anunciadora de salidas y llegadas. Consciente de la de­
        apareció  un  monstruo que  vomitaba  humo,  sembraba   mora inevitable, de la tardanza ignominiosa, la propia
        fuego, bramaba cien  veces más fuerte  que el león  del   locomotora avanza, a veces, jadeante,  anhelante, poco
        Retiro, hacía llegar su silbido a medio Madrid, arrastra­  menos  que  desfallecida  en  el  fiel  cumplimiento  del
        ba cincuenta carruajes en que cabía la carga de todos   deber, como cabeza maternal que es de familia más que
        los simones de Madrid juntos, y devoraba el espacio más   numerosa.  Suyos y muy  suyos son los empeños, anhe­
        que todos los tiros de mulas de  Fernando  VII  desboca­  los,  gritos  y  desmayos  del  poema  de  Miguel  Hernán­
        dos. Aquel día, que fue el de la inauguración del ferro­  dez:  «Rojo tren desmayado, enronquecido:/  i;lgoniza el
        carril de Aranjuez, comenzó la decadencia de las gale­  carbón, suspira el humo,/ y maternal la máquina suspi­
        ras,  expulsadas  por  los  ómnibus».            ra,/  avanza  como  un  largo  desaliento».
          Con antelación a este tren  de  Madrid a  Aranjuez  se   Algo así es el tren como la memoria de sí mismo, la
        había inaugurado el ferrocarril  de  Barcelona  a  Matará   afirmación  de  sí  mismo, la  convicción  de  sí mismo, a
        (el  primero  que  vio  la  luz  en  España).  No  tengo  a  la   favor de un trayecto siempre igual y  siempre cambian­
        mano la crónica del inicial suceso ferroviario, aunque   te.  La «repetición» temporal del itinerario y  la «diferen­
        la imaginación me  dicta que el asombro debió ser pa­  cia» cualitativa  de  las  circunstancias  (pasajeros  inclui­
        rejo entre los habitantes de la Ciudad Condal al proba­  dos)  vienen  a  concretar  en  el  engranaje  del  tren  y  de
        do por los vecinos de la Villa y Corte. Todo un universo   su  andanza  el  sentido  y  el  significado  que  el  filósofo
        industrial, laboral y litúrgico acababa de llegar a la vida   Deleuze atribuye a la vida. Si las horas, las luces, som­
        con el código de un nuevo lenguaje de luces y bande­  bras y matices del día «se repiten» de sol al sol señalan­
        ras; ámbito multitudinario, polifónico, abierto de par en   do su propia «diferencia», no de otro modo la vida con­
        par a toda una constelación de señales y orlado de miles   siste  en  la  repetición  de  un  cómputo  igual  siempre  a
        y  miles  de  pañuelos  de  despedida.  Estación, estancia,   sí mismo y siempre cambiante. La hora que pasó, exac­
        estantía ... , al albur de pasajeros y equipajes, con el eco   ta en su cómputo, es esencialmente distinta de la que
        del silbido y el rumor de cadenas y parachoques, el trá­  acaba de sonar y de la que luego sonará en el reloj de
        fago incesante de maquinistas, fogoneros, guardafrenos,   la estación ... , y  en el de la .vida. De sol al sol repite el
        guardagujas, factores, revisores ... , y otras gentes del es­  expreso su andadura sobre ruedas, y de mar a mar hace
        calafón, que adornan sus gorras con dos ramas (platea­  revolotear miles y miles de pañuelos de despedida, idén­
        das,  verdes  o  rojas)  de  simbólico  laurel.   tico  siempre  a sí mismo, y siempre, siempre, diferente.
          Nómina,  orden y  concierto  del-universo  ferroviario,   Por ojos del maquinista conoce el tren todos los ac­
        que va de la ordenanza laboral a la exaltación litúrgica,   cidentes de la ruta (estaciones solitarias, puentes, túne­
        del  esquema  administrativo,  al  confín  semántico,  del   les, pasos a  nivel,  vías muertas, signos de franquía, se­
        campo,  campo, campo ... , a la  ciudad,  que la  estación   ñales  de  peligro,  avisos  de  silbato ... ),  y  en  el  reloj  del
        instituye en el seno de la ciudad misma. Largo es el tren   revisor  va la  cuenta,  el traqueteo, el trepidar  del trepi­
                                                          dar, traviesa por traviesa, de su corazón inquebrantable.
        como  ningún  otro  vehículo, tanto por  la suma y  suce-
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