Page 7 - Catálogo Caminos de Hierro - 19 Edición
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Cuando el viaje es una foto
uando se consulta cualquier manual sobre el fotógrafo viajero nos remiten a los orígenes del
medio: al siglo XIX. El viaje ha sido lo más retratado. Ahora es una constante que se envia desde
un satélite que anda por ahí arriba. También desde una ventanilla, captadas desde una cámara
desechable hasta el aparato digital más sofisticado. Pero siempre me traen los instantes de las
parcelas de las áreas mágicas de la memoria. Desde el recuerdo de una Kodak, aquellas de
fuelle, usadas por mi madre y que años más tarde heredé. Sin ella no podían viajar mis padres desde
Almería a Madrid, o a Burgos. Era un aparato tan esencial en un vagón como una tortilla de patatas, una
botella de agua y una bolsa de bocadillos -entonces los cabeceros de los vagones se adornaban con una
suerte de fotos que nos recordaban los paisajes de las postales-.
Después, al regreso, cuando tenía apenas siete años se me ocurría una percepción entrañable descrita en los
manuales al uso que explican que para un viaje “el mejor consejo es siempre tener la cámara al alcance de
la mano, ello adquiere una importancia mayor cuando el viajero llega a su destino (...)". Volvemos a los
espejos de la memoria. Estos libros añaden que “el mal tiempo, lejos de desmejorar una fotografía, puede
añadirle un ambiente agradable”. Así lo explican los expertos del Time-Life. A lo que añaden que “jamás
conviene dejarse la cámara en el hotel”. Y añaden que “por otra parte la escena que nos parece interesante
puede ser el atractivo cuando volvemos al lugar, y es la justificación de nuestra ruta”. O que “incluso puede
haber desaparecido -el paisaje y las trazas de la memoria—”.
Mis recuerdos fotográficos captados desde un vagón de Renfe (en aquellos años de la cultura de Marcelino,
Pan y Vino) me traen evocaciones del olor a la funda de piel que protegía la cámara de mi madre. Cuando
de nuevo la veo, evoco las tomas que hice de los porteadores de maletas con sus hábitos azules (los que
trabajaban en aquella mágica estación de Atocha, principio y fin del trayecto de un niño que encontró en
ese espacio, años después, las coordenadas poéticas de Cavafis, las de Homero y el universo que nos es más
inmediato; de las rutas poéticas de Goytisolo o las de Valente, entre otros muchos literatos).
Todo ello poco tiene que ver con la pedantería de las estampas —registros fotograficos- con las que vieron y
miraron los europeos a los africanos y asiáticos (realmente lo que hicieron fue sólo observar). Una tendencia
similar a la de los americanos que tomaron una infinidad de fotos para analizar las costumbres de los indios
(en cuya especialidad destacó Arthur Feldmand, en 1890, en el territorio de Arizona, con las mujeres y niños
apaches).
Mis recuerdos de fotógrafo viajero, de vagón y olor a Renfe -disparando la cámara desde un tren- son más
simples: los de humildes rostros dormidos, los de paisajes evolutivos y el recuerdo -repito- del olor de la
piel que protegía la fragilidad técnica de la cámara que usaba “para hacer fotos” mi madre.
Manuel Falces
Director Centro Andaluz de la Fotografía
HTR