VI Premio de narraciones breves "Antonio Machado" (1982)
|

Edición de 1982 |

Edición de 1995 |
|
Primer premio
El pájaro
Pedro Quintanilla Buey
Escritor palentino e hijo de ferroviario, ganó
el "Antonio Machado" en la tercera ocasión en la que
concurrió. Galardones como el Jauja de cuentos, tres Huchas de
Plata, el Gabriel Miró, La Felguera o el Lena jalonan el
historial de este narrador que también ha dedicado sus
esfuerzos literarios a la poesía.
Fue un verdadero milagro que no se lo
llevaran por delante.
Desinflado el pecho entre los dos topes,
apenas a la distancia de una respiración profunda, y abatido de
bruces contra el bastidor de la máquina, quedó finalmente
aquel hombre, con los ojos desorbitados como dos sorpresas y los
brazos extendidos desesperadamente en cruz.
Estaba anocheciendo. Apareció como una
mancha leve entre la bruma, erguido al fondo de la recta larga.
El maquinista no supo, de momento, de qué se trataba. Era una
silueta oscura, imprecisa, turbia, casi adivinada entre los
carriles. Y fue agitándose como un mal sueño hasta gritar la
forma de una figura humana, grotescamente en pie, desnuda y
trágica...
- ¡Frena, Manuel, que es un hombre...! ¡Que
nos lo cargamos...
Patinaron las ruedas por estrellas de lumbre
y de impotencia se asustaron relojes y manómetros, se
despertaron muelles y cadenas. Hubo una convulsión aterradora,
y un coro de mil ruidos, y un chirrido final como de plenitud de
parto, y un silencio feroz, cortante y denso.
Cuando el maquinista se atrevió a retirarse
las manos de los ojos, algunos viajeros habían descendido ya y
corrían dispersándose en todas las direcciones, cambiándose
el asombro y las preguntas. El hombre del torso desnudo, seguía
allí. Había cesado de agitar la camisa, pero seguía, haciendo
frente al tren, con las piernas abiertas y firmes sobre las
traviesas, apuntalado en su propia rigidez. Todos vieron cómo,
muy lentamente, fue desmayando los músculos, abatió la cabeza,
desinfló el pecho, derrumbó poro a poro todo el cuerpo hasta
quedarse en nada, y cayó extenuado por el esfuerzo sobre los
primeros brazos que se le tendieron...
- ¡Qué ha hecho usted, hombre de Dios...!
Todavía tuvo un resto de voz, que fue
brotándole a golpes, deshilvanados, confusos...
- Creí... que nunca lo lograría... No
pueden seguir... Allí, a unos... doscientos metros...
Y rompió a llorar.
Mientras algunos salieron en la dirección
que el hombre señalaba, comenzó un brusco apelotonamiento en
los vagones. Era un torbellino de ganas, de prisas, de empujones
y de instintos. Algunos fueron perdiéndose por las tierras
sembradas, otros se descolgaban o se arrojaban por las
ventanillas confundidos entre bolsas de cosas tontas y maletas
que se abrían con el impacto pariendo cartas o calcetines,
vomitando sostenes y colonias...
- ¡Trate usted de serenarse, por favor...
Le palmotearon la cara, le resucitaron la
sangre hasta la piel, zarandearon sus hombros...
- ... un... pájaro...
- ¿Un qué? -alguien aproximó el oído a
sus labios.
- Un pájaro... Hay... un pájaro en el
carril...
- ¿Ha dicho un pájaro?
- Sí. No pueden seguir, hay un
pájaro... un pájaro.
Regresaba ya el grupo que salió vía
adelante...
- ¡No vemos nada. Como no sea un
pájaro...
- Efectivamente, hay un pájaro donde dice
este señor...
- Pero... ¿Qué clase de pájaro? -Inquirió
parpadeante el maquinista.
- Pues... un pájaro corriente... Un
pardal, y nada más.
Los numerosos viajeros que ocupaban el tren,
fueron acercándose pasado el susto de los primeros momentos, y
rodearon silenciosamente al hombre que ya daba síntomas de una
clara recuperación. Había anochecido totalmente, y alguien se
hizo con un farol que llevaban en la cabina. Con la luz fue
recorriendo los rostros de todos, inventariando expresiones
amarillas. Hubo una calma extraña, fantasmal, agobiante.
- A ver si lo entiendo. ¡No me dirá usted
que por un pájaro ha hecho esta barbaridad...
- Y qué otra forma tenía de evitarlo
-comenzó a razonar el hombre del torso desnudo.
- ¡Es que no entiendo lo que hay que
evitar...!
- ¿Qué no lo entiende? Usted iba a pasar
por encima. Iba a aplastarlo.
- ¡Y qué!
- ¿Usted aplastaría a un pájaro?
- Hombre... no sé. Así en frío... Pero
desde el tren es que ni me entero. Habrá miles de veces...
- Pero, ahora, ya sabe que está ahí...
- ¡Mire, no me complique las cosas, que ya
la hemos armado bastante gorda! ¡Hala, suban todos otra vez, y
andando...
- Va a pasar por encima del pájaro...
- ¡Pues que se quite!
- Es que no quiere. Yo mismo he intentado
retirarlo, pero se me vuelve a posar a unos metros, y me mira de
una forma que parte el alma. Y no he visto manera...
- De todos modos, tampoco perdemos nada por
echar un vistazo -apuntaron.
El maquinista y el ayudante se miraron unos
instantes y se frotaron la frente visiblemente nerviosos.
- Si el señor dice que está ahí cerca...
-se atrevió a reforzar la mujer de los ojos ribeteados de
amargura, destemplada la luna y ligera de vientre.
El hombre calvo y cejijunto, interrumpió
bruscamente:
- Lo que haya que hacer, habrá que hacerlo
pronto, que yo...
Todos comenzaron a caminar vía adelante. El
hombre del torso desnudo portaba el farol y encabezaba la marcha
perforando la noche. Habían parado ya varios coches en la
carretera que discurría paralela a la vía, y unas docenas de
voces se aproximaban al grupo.
- ¿Ha habido heridos...
- ¿Necesitan ayuda?
Un empleado del tren, decidió muy
sensatamente coordinar un poco las cosas:
- ¡No es nada! Uno de ustedes, por favor,
que continúe hasta la ciudad. Que no se alarmen. Es una
tontería y en seguida arrancamos de nuevo... Es... que...
parece ser que hay un pájaro...
Los improvisados socorristas sintieron
decepción y alivio a la vez. Llegaban también dos guardias de
Tráfico alarmados por el número de coches detenidos en la
carretera. Trataron de informarse aunque nadie sabía muy bien
lo que ocurría. Y siguieron a los demás.
El hombre del torso desnudo, se detuvo de
pronto:
- Ahí... ahí...
Apareció a la luz mortecina del farol que
seguía el curso brillante del carril. El pájaro estaba allí,
hecho resumen de hoguera y de milagro, encogido por el frío a
contrapluma, sacudiendo de las alas pedazos de plata y miedo. Y
fueron acercándose hasta quedar muy próximos, hasta dejar al
pájaro centrado en el círculo de luz. El corro fue haciéndose
de varias filas, y muchas cabezas empezaron a asomar sobre los
hombros de los primeros. Quedaron con los rostros ensombrecidos,
deslavados los ojos. Un señor trataba de aupar a un niño sobre
los hombros...
- Papá, que no veo nada...
- Póngale delante, como en las procesiones,
que los niños no estorban -ofreció la señora servicial.
Fueron llegando más gentes de las casas
cercanas, y se escuchó a lo lejos la sirena de una ambulancia
que había sido avisada por los guardias como medida de
urgencia. Y paró también un autocar que regresaba de la
Convención de un Partido...
- Aquí lo tienen. A ver si no es verdad que
hace falta sangre fría...
- ¡Tiene razón aquí! -apoyó la mujer del
escote revenido, que evocaba la hoja de laurel del guiso, la
botella de leche, el encaje negro y la inyección intramuscular.
- ¡Mira qué sensible! -interrumpió el
maquinista.
- ¡Pues, desde luego, soy más sensible a un
pájaro que a un maquinista! -se despechó la señora-. Y no
creo que le cueste a usted tanto torcer un poco hacia un lado,
digo yo...- ¿Pero, tiene usted idea de cómo funciona el tren?
- ¡Pues, muy mal! Así que no se ponga
usted gallito...
- !Señora! ¡Que se está usted saliendo
del tiesto!
- ¡Me salgo porque es verdad¡ Yo, que vengo
todos los días, porque tengo una nuera en la Residencia, que
por cierto tenía un dolor así en el bajo costado que estaba en
un grito, y resulta que venga de radiografías y el médico del
pueblo que era un embarazo falso, porque no saben de la Misa la
media. Hasta que un día mi nuera...
- ¡A mí no me importa su nuera!
- ¡Claro! ¡Qué se va a esperar de un tío
que es capaz de espachurrar a un pájaro...
- ¡Calma, señores! Vamos a buscar una
solución, que a mí me está esperando la familia... -intervino
el señor con cara de protestar letras.
- ¡Pues se aguanta! ¡Que a mí me
pilló la guerra en zona roja, y tardé siete años en... -
- ¡Pero era una guerra!
- Y usted qué prefiere, ¿una guerra o un
pájaro? A ver...
- Hombre...
- Yo creo -intervino el pulido de modales y
Jurado de Empresa- que quien tiene que hacer algo es la
Administración, las autoridades...
Los guardias se sintieron aludidos y
consiguieron abrirse paso hasta el interior del cerco:
- A ver, a ver. Alguien que se explique. ¿De
quién es este pájaro...
- Los pájaros no son de nadie -respondió
Sor Beatriz de las Divinas Llagas- son de Dios Nuestro Señor,
que tuvo a bien...
- Pues habrá que quitarlo, Hermana. Se le
quita y ya está. No le veo problema...
- ¡Es que el pájaro tiene preferencia!
-incordiaron desde lejos.
- ¡Es verdad! ¡El pájaro estaba primero. Y
hasta primero que la vía!
- ¡¡Más vale que se dedicaran a coger a
los del Grapo!! -inflaron el perro.
- ¡¡Eso!! -corearon varios más. El
pájaro seguía inmóvil, aterido y sordo, rescoldo de ceniza
tiritando, abatiendo la cabecilla contra el babero oscuro de su
pecho y cerrando los párpados cansados. Aferrado con sus patas
al borde del carril, en un equilibrio de sueño leve y pardo...
- Pues... se ha dormido -señaló alguien-
Ahora si que la hemos hecho como Amancio...
- ¡Algo hay que hacer, señores! ¡No vamos
a estar aquí hasta que despierte...
- Yo digo... vamos a ver, se me ocurre a mí
-se esforzó en destacar uno de los guardias- que si lo
retiramos así, muy ligeramente, con un palito o con un junco
suave, suave...
- Eso. ¡Ustedes a empujar! ¡Pues vaya una
democracia de los cojones!
- Es... solamente un pardal... -se disculpó
tímidamente el guardia.
- Gorrión, gorrión -terció el señor del
sello ofensivo en el anular y la prenda de abrigo práctica- El
nombre genérico, científico, es gorrión...
- Pues eso. La Constitución no dice nada
de gorriones...
- ¡Como que está hecha a mangazos! Pero
dice que se tiene derecho a la propia imagen. ¡Y no me dirá
usted que ese pájaro no tiene imagen de pájaro! Vamos, hombre.
Lo que hay que oír...
- Pero... podía irse a otra parte con su
imagen...
- ¡Pues más que estar en el puñetero
campo! Como no se vaya al cine...
Habiendo ido llegando más y más. Era ya un
grupo de varios cientos que discutían las más pintorescas
soluciones a gritos ensordecedores. Allí estaban todos,
tétricamente perfilados por el foco del tren detenido. Llegó
también un tren de socorro que se detuvo tras el otro, en la
vía única. Y una unidad del Cuerpo de Bomberos:
- Por lo visto se trata de espantar a un
pájaro.
- Un día nos van a llamar para hacer
ganchillo...
Tras una pausa saturada dé ideas y
sugerencias, alguien gritó que llegaba el Gobernador. Y el
Gobernador hizo acto de presencia para dirigir personalmente las
operaciones:
- ¡Asumo desde ahora toda la
responsabilidad! -manifestó muy serio nada más llegar,
pidiendo calma con las manos extendidas.
Después, quedó unos minutos meditando,
frotándose el labio superior, dando vueltas y más vueltas. La
expectación fue adquiriendo un tono espeso, casi físico. Y el
silencio fue aprovechado por un grito lejano:
- ¡Como nos toquen el pájaro, no trabajamos
el lunes!
De pronto, el Gobernador, se despojó de la
chaqueta, y, agachado en cuclillas junto al pájaro, comenzó a
balancearla suavemente, en un dulce vaivén:
- ospa, ospa... us... us...
El pájaro permanecía parado como cualquier
ingeniero.
Lo intentó de nuevo:
- pito... pito... os, os...
El rubor fue cubriéndole las mejillas.
Sintió clavadas en él todas las miradas, y lanzó a su
alrededor una especie de sonrisa estúpida mientras se
disculpaba confusamente:
- Pues... a veces...
La carcajada fue general.
- Este pájaro tiene problemas internos
-dictaminó por fin.
- Lo que tiene es mucho respeto humano
-añadió la monja.
En taxi, llegaron precipitadamente los de
Interviú. En principio se dirigieron al Gobernador:
- Señor Gobernador. Háblenos usted del
pájaro...
- Bueno... queramos o no queramos, es un
problema que está ahí, y que vamos a abordar con seriedad y
rigor. Nosotros no nos hemos inventado los pájaros. Ya había
pájaros en el régimen anterior, y hay que aceptarlo así...
- ¿Se va a tomar algún tipo de
medidas...
- Evidentemente. Nosotros, propugnamos una
Comisión Mixta de seguimiento del pájaro...
- Muchas gracias... Felipe, mira a ver si
puedes tomarle al pájaro una buena fotografía de las tripas a
todo color...
- Ya estoy intentándolo, pero es que las
tiene dentro...
- ¡Si que es una lástima! ¿No querrá
hacer el pájaro alguna declaración...
- ¿Tiene usted algo que...
- Do you speak English?
- Parlez-vous français? Nada. Ni se
mueve.
A medida que transcurrían las horas, el
frío fue haciéndose notar. Se encendieron hogueras alrededor
de las cuales la gente discutía sobre las irresponsabilidades
de la Sociedad mientras los partidos de izquierda regalaban
sardinas asadas.
El pájaro había sido ya olvidado.
Permanecía sobre el carril como un muñón de algodón triste,
convulsionado y entristecido, agitando un ritmo de ahogo hasta
el fondo de las boqueras amarillas...
Se decidió ya de madrugada. Los ingenieros
del ferrocarril lo maduraron muchísimo. Se trataba de hacer un
desvío provisional, una pequeña curva sorteando el pájaro
para empalmar unos metros más adelante. El problema era
simplísimo, una nadería. Y así lo acordaron.
En un tiempo récord trabajaron con la mayor
rapidez y efectividad, cuidando en todo momento la integridad
del pájaro dormido. y el tren pasó a su lado, muy
silenciosamente, empujado a mano, hasta dejarlo atrás, y quedar
perfectamente situado para reanudar su ruta con las primeras
luces de amanecer.
Hubo un alivio general. Se cambiaron abrazos
y ternuras. Todos fueron ocupando de nuevo sus departamentos,
con los pies helados y las solapas llenas de niebla. A ambos
lados del tren se aglutinaban miles de aquellos que moral o
materialmente habían colaborado en la operación y que
mostraban un regusto de triunfo. Miles de personas que habían
vivido la experiencia de la noche larga...
Todo estaba dispuesto. Todos se habían
colocado la sonrisa nueva, y habían hecho amigos para siempre
unidos por la misma aventura...
Tuvo que ser el pitido inesperado de la
máquina, El pájaro salió sobresaltado en un vuelo increíble
y rapidísimo, ante las atónitas miradas de todos.
Miles de caras fueron elevándose hacia el
aire con las bocas abiertas en una expresión estúpida. Miles
de caras iguales fueron siguiendo las evoluciones como un ballet
amargo dirigido por el propio pájaro que giraba en círculos
perfectos encerrando los pensamientos en un redondel repetido y
sin salida.
Miles de caras, absolutamente sincronizadas,
quedaron describiendo círculos, círculos, círculos...
|